lunes, 9 de junio de 2014

Frente al espejo

Cuando nos miramos en el espejo no importa lo que tenemos delante sino lo que vemos. Esta valoración que hacemos de nosotros mismos se conoce como "autoestima".

Nuestra autoestima ha de ser realista, positiva e incondicional. Realista, porque no hay que negar nuestras debilidades ni errores, pues son inherentes a la naturaleza humana y solo aceptándolos podremos mejorar. Positiva, porque es mejor dar más peso a lo bueno de nosotros mismos que a lo malo, y no al revés. Incondicional, porque independientemente de que logremos los objetivos que nos propongamos en la vida o no, de que otros nos quieran o no, nuestro valor es el mismo.

Uno de los obstáculos para la autoestima es el excesivo perfeccionismo. Cuando nos vemos en categorías extremas pensamos que nuestro comportamiento solo puede ser magnífico o terrible, no existe nada más. Mantenemos expectativas y exigencias imposibles respecto a nosotros mismos, de manera que si conseguimos solo el 95% de nuestros objetivos y no el 100% nos consideramos un fracaso. Si ése es nuestro caso, habrá que ajustar nuestras expectativas a la realidad.

Puede ocurrir que tengamos una vocecilla excesivamente autocrítica en nuestro cerebro, que nos lleve a magnificar nuestros defectos, generalizar nuestros errores o incluso a colgarnos etiquetas negativas. Por ejemplo, alguien que sale a la calle un día lluvioso puede pensar: "Sabía que llovía y se me ha olvidado el paragüas. Soy idiota, nunca hago nada bien". ¿Por qué olvidamos todas esas veces en que hacemos las cosas bien?

En otras ocasiones quizás tengamos que blandir nuestra espada contra ese dedo acusador que nos lleva a sentirnos culpables sin necesidad. Nos guste o no, lo cierto es que no tenemos el 100% de responsabilidad de lo que ocurre en el mundo. Además, sentimientos negativos como la culpabilidad pueden provocar que nos distraigamos respecto del problema real, como le ocurre al hombre que piensa de sí mismo "Soy un mal padre" porque su hijo no ha logrado rendimientos satisfactorios en sus estudios. En primer lugar, los resultados académicos de su hijo no dependen ni directa ni totalmente de lo que él haga, En segundo lugar, sería más práctico que pensase "¿Qué puedo hacer para ayudarle?" en lugar del pensamiento anterior.

Por otro lado, si nos encontramos en algún momento con que dudamos de nuestras capacidades, no nos quedará más remedio que ponerlas a prueba. Por ejemplo, si alguien piensa "Soy un inútil porque no puedo cocinar" tendrá que empezar reconociendo que no es que no pueda, es que no sabe porque nunca ha aprendido, pero eso no le convierte en un inútil. Habrá que afrontar el verdadedor problema: "¿Cómo aprendo a cocinar?"

Si la actividad que tenemos en mente nos parece muy difícil, podemos dividirla en pequeñas partes, que nos permitan abordar la tarea con mayor comodidad. En el ejemplo anterior, no es necesario empezar intentando cocinar un pavo relleno, sino que sería más fácil comenzar salteando unos espárragos en la sartén, por ejemplo. De la misma manera que un edificio está dividido en pisos con una serie de escalones para llegar a cada uno de ellos, así nosotros tendremos que dividir nuestros objetivos en pequeñas partes que nos permitan avanzar de escalón en escalón y de piso en piso.

Ya lo dijo Antonio Machado: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar".

No hay comentarios:

Publicar un comentario