lunes, 9 de junio de 2014

Al borde del precipicio

Según las cifras que ofrece la Organización Mundial de la Salud, el suicidio es la primera causa de muerte violenta en el mundo. En nuestro país, según el Instituto Nacional de Estadística, cada día se suicidan ocho personas.

La depresión aumenta de manera alarmante el riesgo de suicidio. El estado de ánimo deprimido es como una marea negra que lo contamina todo: los recuerdos del pasado se llenan de imágenes negativas, el presente se torna insoportable, el futuro se cierne amenazante. Básicamente, suelen ocurrir dos cosas: la persona se concentra solo en las cosas negativas e insiste en que las positivas no cuentan.

Cierto es que hay problemas y desgracias en la vida muy difíciles de afrontar, pero si fuesen realmente un motivo de suicidio, entonces, ¿por qué hay gente que, sufriendo un problema o desgracia parecido no se hunde en la desesperación? Lo importante no es lo que nos ocurre sino cómo lo interpretamos.

En el caso de que el lector de estas líneas esté pensando en suicidarse porque se siente desesperanzado, me gustaría instarle, en primer lugar, a que piense en aquellas personas por las que dejaría de hacer lo que está pensando hacer, quizás por el daño que les causaría (padres, hijos, hermanos, pareja, sobrinos, amigos...). En segundo lugar, le rogaría que pida ayuda a algún familiar, amigo o a su médico. En tercer lugar, le diría que no sienta vergüenza porque pensar en suicidarse no es tan infrecuente como el hecho de que sea tabú hace que parezca. Finalmente, me gustaría dirigirle las siguientes palabras:

"Si lo ves todo negro y te sientes atrapado es porque no te sientes bien. Desconfía de tus ideas porque no estás siendo objetivo ni realista. No tienes ninguna prueba de que no te vayas a sentir mejor ni a pensar de otra manera dentro de un tiempo. La vida depende de multitud de factores, no tienes ni idea de lo que te espera. Date una oportunidad". 

Porque todos nos merecemos una oportunidad.

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