lunes, 23 de junio de 2014

El hombre que creía perder el tren

Hace unos años, en el autobús que me llevaba cada mañana a la estación de tren, coincidí durante una temporada con un señor que todos los días se mostraba exasperado durante todo el trayecto. Refunfuñaba y resoplaba respecto a la lentitud del conductor. ¡Iba a perder el tren! Nunca llegué a saber si alguna vez perdió el tren que pretendía coger (no me interesó lo suficiente el tema como para prestarle atención), pero un día dejé de verle y no pude evitar preguntarme si en un momento de lucidez decidió coger el autobús anterior o bien su salud cedió ante la hipertensión que sin duda debía de producirle su actitud. Si un trayecto rutinario en autobús le producía semejante estrés, ¿cómo podría resistir el resto de la jornada?

Sin llegar a extremos como el que acabo de describir, no se puede negar que casi todos hemos perdido los estribos alguna vez. El problema surge cuando la frecuencia con que lo hacemos es lo suficientemente elevada como para hacer que nuestra vida y la de los que se cruzan con nosotros se convierta en un camino de espinas.

En ocasiones, la irritabilidad es producto de estados de ánimo, como en el caso de la depresión. Otras veces se presenta más bien como un rasgo típico de la persona. En cualquiera de los casos, el malestar que supone hace que sea conveniente plantearnos cómo podemos controlar nuestra ira.

Tendremos que controlar nuestros pensamientos. A veces ocurre que nos fijamos solo en lo negativo, pudiendo, por ejemplo, pensar de otra persona que es un inútil porque se ha equivocado una vez, olvidándonos de todas las ocasiones en que ha actuado correctamente.

Otras veces, magnificamos una inconveniencia como si nos fuese en ello la vida (el caso del señor del autobús podría ser un ejemplo de esto).

En algunas ocasiones, interpretamos la conducta de los demás como intencionalmente negativa y dirigida contra nosotros. Intentar ponernos en el lugar del otro puede ayudarnos a evitar esta tendencia. Siguiendo con el ejemplo anterior, si nos ponemos en el lugar del conductor del autobús probablemente entendamos que si va más despacio que en otros momentos del día se debe a que es hora punta y hay exceso de tráfico, no a que tenga ningún interés particular en sacarnos de quicio.

En la mayoría de los casos en que manifestamos irritabilidad percibimos una injusticia, hay algo que "debería" o "no debería" ocurrir. Por suerte o por desgracia, la justicia es algo relativo, y lo que es justo para unos puede ser injusto para otros. Mantener unas expectativas que no se correspondan con la realidad nos conducirá inexorablemente a la frustración. Habrá que sustituir el "(no) debería" por "me gustaría", sin dejar por ello de defender nuestros deseos, intereses y derechos, llegado el caso. Intentar conseguir lo que queremos es útil, irritarnos no lo es.

En definitiva, una actitud práctica nos puede ayudar a llevar la vida con serenidad: si podemos cambiar lo que no nos gusta lo cambiamos, y si no, nos aguantamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario