martes, 7 de enero de 2014

Menudencias

Mi madre es una persona con una gran capacidad para llevarse bien con todo el mundo. Quizás el motivo radique en su habilidad para no prestar atención a los elementos negativos que pueden surgir en su relación con los demás, llegando esto a convertirse a veces en una persistente insistencia en poner la otra mejilla cada vez que la abofetean. He de reconocer que semejante insistencia me suele resultar irritante pero entiendo que le debe de compensar. Su actitud consiste, simplemente, en no prestar atención ni a desprecios ni a faltas de delicadeza ni a nada que se le parezca. Por ejemplo, no presta atención a si una persona le devuelve o no las llamadas telefónicas: "Yo en eso ni me fijo, si me apetece la llamo y punto".

En el polo opuesto se encuentra una antigua compañera de trabajo con tendencia a dejarse de hablar con el resto de compañeros. Cualquier conflicto en el entorno laboral podía ser resuelto cortando amarras y finalizando el contacto con la persona con la que se tenía el conflicto. Continuar compartiendo café y tostada con quien se había intercambiado correos electrónicos de desacuerdo podía llegar a parecer impensable.

Entre un extremo y otro considero que el que proporciona mayor beneficio psicológico es el primero. Una extrema sensibilidad hacia una frase, por desacertada que sea; una mirada, por malintencionada que parezca; o un gesto, por desagradable que se muestre, puede acabar encerrándonos en nosotros mismos. En este aspecto, como en cualquier otro de la vida, es importante saber diferenciar lo que es verdaderamente importante de lo que no lo es.

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