domingo, 3 de noviembre de 2013

Tengo un problema

Frase típica de ese curioso animal que es el ser humano. A veces tenemos la cabeza tan nublada por un problema que no podemos pensar con claridad. Habrá que desenmarañar la madeja.

Lo primero que tendremos que hacer es preguntarnos: ¿Es esto realmente un problema? Por ejemplo y desgraciadamente, la muerte de un ser querido, por mucho que nos aflija, no es un problema, porque no tiene solución.

Tendremos que comenzar definiendo el problema, es decir, la situación inicial de la que partimos y el estado final al que queremos llegar. El resultado que queremos conseguir habrá de ser realista, posible, realizable, y no necesariamente perfecto. Tendremos que centrarnos en los hechos y no en las emociones. Trabajaremos con un solo problema a la vez, de manera que si tenemos varios problemas los analizaremos de uno en uno.

Una vez tengamos definido el problema, plantearemos soluciones, todas las que podamos, cuantas más mejor, no importa si son buenas o malas, en principio valen todas. Podemos conseguir ideas pidiendo opinión a otra persona, como un familiar o un amigo (cuidando de que no sea alguien que tenga intereses en juego en el asunto a tratar); podemos buscar información sobre el tema en Internet; podemos adquirir distancia y una nueva perspectiva del problema imaginando qué haría otra persona en nuestra situación...

Para no liarnos es conveniente utilizar una hoja de papel. Dividiremos la misma en tres columnas y escribiremos a la izquierda todas las soluciones que se nos ocurran, dejando algo de espacio entre ellas.

Cuando hayamos estrujado nuestra mente hasta que ya no se nos ocurra ninguna otra solución, pasaremos a analizar pros y contras, que escribiremos en la segunda y tercera columna de la hoja, respectivamente. Pensaremos también qué es lo mejor y los peor que puede ocurrir si seguimos cada una de las alternativas planteadas.

Tras analizar las diversas opciones, las ordenaremos de mejor a peor, de más a menos eficaz, asignándoles un número. Empezaremos asignando un 1 a la mejor solución, un 2 a la siguiente y así sucesivamente.

Puede ocurrir que haya alternativas que no sean mejores ni peores que otras, simplemente sean distintas. En este caso lanzaremos una moneda o un dado al aire para elegir al azar y evitar que nos ocurra lo que al asno de Buridán, que murió de hambre al no poder elegir racionalmente entre dos montones de heno equidistantes.

El siguiente paso será echarle valor y poner las soluciones en práctica. Quizás nos equivoquemos, pero el mayor error sería no hacer nada y no intentar solucionar el problema. Si una solución no resulta eficaz intentaremos analizar el motivo y pasaremos a la siguiente opción. Tanto si conseguimos solucionar el problema como si no... ¡Enhorabuena por haberlo intentado!

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